El pasado verano, debido a un proyecto relacionado con la arquitectura del ocio en la provincia de Málaga, tuve la oportunidad de conocer la Ciudad Residencial Tiempo Libre de Marbella: un complejo vacacional ubicado a pie de playa, compuesto por 199 viviendas distribuidas en forma de ciudad-jardín y que constituye el ejemplo mejor conservado de las llamadas Ciudades Sindicales de Vacaciones, que se edificaron en los años 50 en nuestro país como culminación de la promoción pública del descanso por parte de la dictadura franquista.
A partir de esta visita comencé a investigar un poco sobre estos complejos vacacionales, y sobre cómo – aún siendo de alguna forma precursores del modelo de turismo privado y masivo que se impuso después y a pesar de su carácter adoctrinador y totalitario– constituyeron un modelo de gestión pública del descanso que generó interesantes aplicaciones sobre el territorio.
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La Obra Sindical de Educación y Descanso: el ocio de los productores
Entre los años 1950 y 1960 se consolidaron en España grandes áreas metropolitanas como consecuencia del intenso fenómeno de industrialización experimentado tras la posguerra. Estas ciudades acumularon una gran cantidad de población migrante que procedía de áreas rurales y que fue adquiriendo poco a poco beneficios laborales relacionados con el descanso, como la gratificación de unas vacaciones anuales remuneradas.
Para este fin, la Dictadura –en línea con otros regímenes totalitarios europeos– crearía en 1939 la Obra Sindical de Educación y Descanso (OSED), que se ocupó de desarrollar un programa asistencial de turismo social, asociado primero al alojamiento en residencias y después a un programa de construcción de ciudades vacacionales. La OSED funcionaría así como uno de los primeros operadores turísticos del país; organizando las vacaciones de las clases obreras y ocupándose de la búsqueda de alojamiento y transporte asequible.
En un principio esta institución se encargaría únicamente de la gestión de residencias, pero a partir de los años 50 se ocupó además –mediante la Obra Sindical del Hogar– de edificar sus propias instalaciones, llegando a construir hasta tres complejos vacacionales: las llamadas Ciudades de vacaciones de Educación y Descanso o Ciudades Sindicales Vacacionales. Estas ciudades vacacionales permitían a los empobrecidos trabajadores la oportunidad de disfrutar unos días de vacaciones a un precio reducido en lugares de gran atractivo paisajístico, proporcionando unos días de descanso y reconexión con la naturaleza a una masa se población cuyo origen, al fin y al cabo, era rural.
Ciudades de vacaciones de Educación y Descanso
Los emplazamientos definitivos elegidos para las tres ciudades de vacaciones fueron la Costa Dorada (Tarragona), la Costa del Sol (Marbella) y la Costa Verde Cantábrica de Perlora (Oviedo). Tres localizaciones más o menos equidistantes del litoral peninsular que permitían minimizar al máximo el coste de los transportes.
Las tres áreas elegidas estaban en la costa, permitiendo a los productores alejarse de las insalubres ciudades industriales y beneficiarse del contacto con la naturaleza, cumpliendo así con las recomendaciones de los médicos e higienistas de la época.
Los programas de la OSED, aún siendo un modelo precursor de lo que vino después, crearon entornos vacacionales desligados del modelo turístico masivo que después se impuso. Los arquitectos encargados del diseño de estas ciudades encontraron entornos casi vírgenes, en los que crearon complejos urbanos de bajo impacto y muy poca densidad. Sus diseños –que incorporaban valores modernos como la aproximación racional, la importancia de las infraestructuras o la visión higienista– mostraron gran sensibilidad y respeto por el paisaje, aprovechando sus particularidades topográficas y creando arquitecturas que dialogaban con el territorio.
La Ciudad Residencial de Tarragona
El proyecto catalán sería el primero en construirse y consistió en una propuesta de los arquitectos Antonio Pujol Sevil y Josep María Monravà. El proyecto se inauguró en 1957 y se basó en la Ciutat de Repòs i Vacances, una propuesta de ciudad de vacaciones que desarrolló el GATCPAC antes de la Guerra Civil, pero que nunca se llegó a edificar. Josep María Monravà fue miembro del GATCPAC y aplicó algunas ideas basadas en aquel proyecto: cómo las viviendas mínimas o el lenguaje moderno de diferentes elementos del conjunto.
El complejo incluía 200 apartamentos unifamiliares de dos plantas, rodeados por una amplia zona de pinos y jardines. Se situó a unos kilómetros de la capital, quedando atravesada por las vías del tren y la N-340. Se dividió en tres zonas: residencial, deportiva y marítima. La estética del conjunto fue en su origen muy colorida, mezclando el monumentalismo del Régimen con algunos gestos organicistas, como los voladizos ondulados de las boleras, la pieza cilíndrica de las tiendas o los gruesos pilares troncocónicos.
El centro se ha ido degradando poco a poco desde el final de la Dictadura, siendo demolidos la totalidad de los apartamentos en 1993. Permanece cerrado desde el 2011 y en estos momentos hay un plan que prevé su reapertura como un albergue de juventud vinculado a la Xanascat.
La Ciudad Residencial de Perlora
El complejo de Perlora se inició con la apertura de la residencia Jacobo Campuzano (1952-1954), proyectada por Federico Somolinos Cuesta junto a su hermano Francisco –socio del estudio Somolinos Arquitectos–. El resto de edificaciones, que sumaron un total de 273 chalets, se construyeron gracias a aportaciones privadas de diferentes empresas asturianas, encargándose los propios hermanos Somolinos, así como distintos arquitectos de la época: José Antonio Muñiz, Juan José Suárez, Julio Galán o Juan Manuel del Busto.
El complejo se construyó siguiendo el modelo de ciudad jardín y la división de la Ciudad Residencial de Tarragona. Se edificó sobre un terreno rocoso saliente entre dos playas y quedaba limitado por la vía del tren al Sur, donde las calles asumen la curvatura de la costa. En la zona interior se proyectaron las instalaciones deportivas. El complejo contaría además con recepción, bares, comercios, comedores, capilla, teatro y guardería.
La estética del conjunto es muy variada, mezclando elementos modernos –planos curvos y quebrados– con referencias regionalistas. Los edificios para equipamientos eran quizás los más modernos: el edificio de recepción con forma de chalet, la iglesia de aspecto brutalista y el comedor de forma curva.
El conjunto residencial permanece desde el 2006 cerrado y en avanzado estado de deterioro, no existiendo a día de hoy ningún proyecto de renovación. Tan solo algunos grupos en redes sociales que solicitan un plan de recuperación del complejo.
La Ciudad Residencial de Marbella
El proyecto de Marbella fue ideado por los arquitectos Manuel Aymerich Amadiós y Ángel Cadarso del Pueyo, siendo inaugurado en 1962. Constituye la propuesta más ambiciosa de la OSED. El complejo se proyectó desde un principio como una verdadera ciudad de vacaciones desvinculada de cualquier núcleo urbano. Fue construido en el kilómetro 197 de la N-340, concentrándose en la zona próxima a la carretera y avanzando hacia el mar de forma natural, respetando la topografía y las formaciones dunares preexistentes.
El complejo se caracteriza por sus edificios de formas curvilíneas, que pretende vincular una estética muy característica de los años 50 con referencias marinas y vernaculares –como el uso de la cal y su característico redondeado de formas–.
Se contemplaron cuatro tipologías de vivienda –dos aisladas y dos adosadas–, todas delimitadas por característicos muros curvos, que generan pequeños patios privados.
Un elemento a destacar del conjunto es la iglesia. Su arriesgado diseño consistía en un muro que crecía hasta formar una espiral que constituía la torre del campanario, dejando gran parte del interior al aire libre. Este diseño se completaba con un voladizo que conformaba el techo de la iglesia. Otro elemento a destacar es el edificio de recepción y dirección, que incorporaba un depósito de agua y una rampa para descargar el equipaje de gran plasticidad. Ambos elementos están hoy desvirtuados debido a intervenciones poco cuidadosas.
Conclusiones
Los tres ejemplos de ciudades de vacaciones de la OSED constituyen un buen ejemplo de organización de ocio vacacional pensado desde lo público. Aún teniendo muy en cuenta el carácter adoctrinador que los regímenes totalitarios daban a los programas de descanso vacacional (pensados como premio o caridad y para afianzar valores familiares, religiosos e ideológicos), es importante reconocer que los modelos constructivos que impusieron aportaron soluciones de gran sostenibilidad e integración en el paisaje, debido más a una voluntad de reconectar a la clase obrera con la naturaleza y el medio rural que a una postura conscientemente sostenible.
Visitar de nuevo estas ciudades de vacaciones puede constituir un interesante ejercicio para reconocer el valor de sus planteamientos y soluciones formales. Nos lleva también a reconocer su valor histórico y considerar la importancia de su conservación, pues –al margen de los valores ideológicos bajo los que fueron desarrollados– nos hablan de un momento en el que la incipiente clase obrera española comenzaba a demandar su cuota de descanso anual y en el que la idea actual de turismo aún no se había popularizado.
El modelo de explotación territorial posterior –de carácter privado–, impedirá encontrar propuestas públicas similares en cuanto a integración en el territorio, por lo que estos complejos vacacionales constituyen un gran ejemplo de cómo podría haberse desarrollado el urbanismo ligado al ocio y el descanso si las agresivas industrias turísticas no se hubiesen impuesto.