Son muy interesantes las diferencias que se dan en los idiomas. En inglés por ejemplo es marcadamente distinto el verbo “to do”, que traducido al español tendría un matiz de hacer, en cuanto a desarrollar o ejecutar, mientras que “to make” tiene que ver con lo fabril, es decir construir, fabricar.
En español el “hacer”, tiene unos bordes muy difusos que engloban más acepciones en una sola palabra y pese a que pensemos que el español es un idioma rico, resulta que de manera cuantitativa el Inglés lo es mucho más. No obstante, todo se ancla también al número de palabras que controlamos dentro de nuestra cotidianidad idiomática.
Probablemente, es este matiz de acepciones el que marca que dentro del ejercicio de la arquitectura haya también límites algo difusos y que, además, sean regionales. Lo que se entiende como parte del ejercicio de la profesión en el mundo anglosajón, no es necesariamente lo mismo que en el mundo latinoamericano o en el europeo. Por no decir que, del oriental, ya, ni idea.
A tenor de esa misma reflexión cabe preguntarse si, como decía Lacant, somos lenguaje y, en tal medida, el idioma y su léxico procuran una comprensión diferente a palabras similares.
José Ramón Hernández, maduro arquitecto que ha tocado muchas de las teclas posibles en el entorno Español, y que mantiene una activa difusión de la arquitectura y sus quehaceres en sus distintas redes sociales, particularmente en su blog “arquitectamos locos” (uno de los más visitados del mundo hispanohablante), mantenía hace algún tiempo un debate que le llevó a hacer una virtuosa aclaración en esta entrada, producto de la cual, yo propondría que elevemos a la categoría “en riesgo de extinción”, el arquitecto-arquitecto, aquel que, parafraseando a Hernández, podemos decir que cuando se mancha los zapatos de barro, se coloca en esa categoría suprema de estar viendo nacer en la realidad tangible, lo que su capacidad creativa-científica ha amalgamado.
Hago lo que sea. Pero cuando piso barro, cuando todos me miran para que yo diga qué hay que hacer y no tengo ni puñetera idea, ah, amigos, ahí me siento arquitecto-arquitecto.
José Ramón Hernández, Arquitecto-arquitecto
Aunque esto es un panorama bastante generalizado, la verdad sea dicha, en países del primer mundo las circunstancias del proyecto/vivienda o creación de nuevos espacios son, realmente, un quehacer muy venido a menos, con una demanda limitadísima. No obstante, aún se percibe que los nuevos estudiantes de arquitectura empiezan la carrera con dos síntomas bastante generalizados.
Probablemente no existe mejor referencia de la Arquitectura-Arquitectura, como Andrea Paladio. En la imagen, San Giorgio Maggiore, Venecia.
El primero, el acceso a una jerarquía profesional bastante considerada, un prestigio intelectual, que se enmarca dentro de las profesiones más complejas y, por ende, “se supone” que mejor pagadas, suposiciones que realmente resultan algo fantasiosas.
Lo de jerarquía intelectual, está altamente combatido, desde la perspectiva de la alta especialización de las profesiones en general. A día de hoy, se puede hacer un doctorado en investigación prácticamente a partir de cualquier carrera, por no analizar las que actualmente tienen mayor demanda y salidas profesionales, como sucede con matemáticas y todo lo relacionado con sistemas informáticos y digitales, por un lado, pero por otro lado también no es menos cierto que las profesiones o profesionales que más “brillan” están sobre la base de una mediatez que tiene que ver más bien con una narrativa del oficio antes que con una preparación intelectual. Sino, miremos simplemente a los youtubers como fenómeno mediático y ya de paso, económico también.
Vamos que, por resumirlo: tu primo te encargará el chalé y en un par de años estarás forrado, no pasará.
Este panorama nos plantea claramente la pregunta de:
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¿Para qué sirve un arquitecto?
La respuesta no es sencilla. Podría parecer una hipérbole, pero seguro que si la pensamos y la explicamos ya no la vemos tan lejos, y es que es preciso partir de la realidad mundial. Somos 7.8 billones de personas en el mundo, que se encuentran en una grave crisis de cambio climático puesto que no hemos sabido administrar bien los recursos. Ahora mismo, es urgente decrecer, cambiar de hábitos antiguos e innovar procesos.
Dicho lo cual, es prudente que intentemos, sino evitar, repensar las expectativas depredadoras como “construir vivienda” en cuanto a sus procesos básicos.
Por otro lado y si queremos hilar más en fino, podemos ver que la polarización del mundo sigue creciendo, podemos ejemplificar con ciudades como Alicante, donde el superávit de vivienda sobrepasa la población; mientras que países como Brasil, sostienen una autoconstrucción de sus viviendas superior al 75 %, lo que nos podría llevar a concluir que probablemente se necesitan menos arquitectos, pero más gente preparada en otras cosas.
Y, a su vez, esta misma reflexión nos permite preguntarnos si lo que se aprende, a día de hoy, en las escuelas de arquitectura se corresponde con los conocimientos que el mercado laboral demanda.
Esto me recuerda un comentario de Manuel Saga a propósito de una entrevista sobre arquitectura y videoJuego, que en este mismo medio se publicó hace algún tiempo, y en la que Saga, oportunamente y de manera icónica, nos traía a colación la formación que protagoniza el Southern California Institute of Architecture “SCI-Arc”, quiénes, bajo el eslogan de “Una escuela de pensamiento arquitectónico”, preparan en cinco años a profesionales que en su mayoría no terminarán haciendo arquitectura como tal, sino en decenas de aplicabilidades que sus estudios les otorgan.
Desde allí, me parece totalmente oportuno el plantearnos una pregunta de vuelta ya que considero que la de “ida” ha perdido vigencia.
¿Para qué sirven los estudios de arquitectura?
La respuesta a esta pregunta no solamente no es fácil sino que además es bastante ilimitada, cierto es que sería pecar de falsa modestia pensar que un arquitecto sirve para todo. Puede ser algo prudente responder desde un pequeño anecdotario, que evidentemente no puede nacer sino en la SCI-Arc, cuyos alumnos destacados ocupan puestos importantes en empresas como Pixar, dónde colaboran especialmente en el diseño de entornos digitales (vamos, las localizaciones de las películas, pero en digital) como crear un mundo ficticio en el que se desarrolla cada historia.
Un trabajo que tiene que ver mucho con diseñadores de videojuegos, en los que la empleabilidad de los arquitectos es bastante similar y parecida también a colaboradores de storytelling, narrativas de cine, televisión y plataformas que, a día de hoy, trabaja básicamente en digital, por razones de costos, antes de pasar a producción y rodajes de películas con escenarios analógicos.
Este matiz, para diferenciar del trabajo mencionado del vídeo animación. Dentro de la misma creación digital hay artistas cuyo trabajo se centra en la investigación de los dispositivos digitales y su relación con expresiones analógicas, como es el caso de Sergi Hernández: arquitecto de formación que desarrolla experiencias digitales creativas para narrar datos y relatos, a través de la visualización, interactividad y co-creación.
Hernández, además de colaborar en el diseño de elementos interactivos a través de varios dispositivos, trabaja en ayudar a visualizar narrativas de todo tipo. Ahora mismo expone en la Bienal de Venecia en el pabellón de España, qué como ya lo contábamos en otra ocasión, es en gran parte y explicado de otra manera, un catálogo de estas “otras” formas de ejercer la arquitectura, halladas sobre la base de la investigación, la innovación e incluso la casualidad.
En este mundo contemporáneo donde se han trastocado los formatos, donde reina la innovación y transdisciplinariedad, gran parte de las novedades están en mezclar aciertos de contenido y formato.
Es el caso, por ejemplo, de Pedro Torrijos: arquitecto de formación actualmente en la cresta de la ola mediática gracias al acierto de su proyecto #LaBrasaTorrijos, hilos de twitter que lanza los jueves a las 8:30 de la tarde y que le han posicionado como un gran divulgador cultural, como él mismo dice, cuenta historias y las cuenta como sea. Ha estado últimamente en radio, un sin número de medios digitales, hablados, escritos y finalmente ha llevado sus hilos a una versión de un fabuloso libro en el que cuenta cosas singulares, que a lo mejor carecen de importancia hasta que se cuentan y se hace con un estilo narrativo que, efectivamente, posiciona la historia antes que el formato.
Espero que, a estas alturas, ya os haya convencido de que vuestro primo no os encargará el chalé, y tengáis más de una idea para innovar vuestro quehacer. No obstante, debo recordaros que más allá de que hay decenas de oportunidades para hacer de esta profesión un medio honorable de ganarse la vida, siempre os perseguirá la frase de J.R. Hernández. Ese momento “cuando pisamos el barro” no solamente creo que tiene que ver con esa sensación de sentirse arquitecto-arquitecto, como él lo dice, sino que, y como bien afirma Francesco Careri en ‘Walkscapes: El andar como práctica estética’:
“Con este fin he realizado una incursión en las raíces de la relación entre el recorrido y la arquitectura, y por ende entre el errabundeo y el menhir, en una era en la cual la arquitectura no existía todavía como construcción física del espacio, sino tan solo — en el interior del recorrido— como construcción simbólica del territorio”.
Así, Careri consolida el concepto de que la presencia del ser humano sobre la tierra concebía una forma de apreciación del territorio: un acercamiento que, en realidad, creo que es la capacidad fundamental de un arquitecto: el caminar, detenerse y tener una percepción sensible del entorno, que le permite encontrar un punto medio entre su imaginación y la capacidad científica de la creación real.
Desde ese punto de vista, y dada muchas de las características que estamos viviendo a día de hoy, no solamente en desmedro de una actividad que mantenía una supremacía consolidada en un “hacer casas”, sino también en nuevas consideraciones de carácter más plural, ecológico y humano, como los procesos de diseño participativos, entre otros, considero oportuno posicionarnos como facilitadores de consciencia territorial, salvo eso sí, que el colegio territorial nos lo impida. Cosa que da para otro artículo.